Como otras especialidades sin carne, se considera tradicionalmente como parte del tapeo típico de los días primaverales de Semana Santa. Con un regusto a potajes de la cocina tradicional sevillana de orígenes sefardíes y la particular enjundia que le dan las especias, las sencillas espinacas y los popularísimos garbanzos se combinan sabiamente para ofrecernos una de las tapas más claramente históricas y emblemáticas de la ciudad, un verdadero hallazgo “gourmet”.
Freir en sartén con aceite de oliva tres o cuatro rebanaditas de pan blanco con un par de dientes de ajo enteros y pelados.
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Cuando estén las rebanadas muy doradas y crujientes, sacamos el ajo y el pan y reservamos el aceite en la sartén.
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Machacamos o majamos en mortero comino en grano, una guindilla (o cayena), los ajos ya dorados, el pan curruscadito (reservamos alguna rebanada para adornar), la sal y un chorrito de vinagre de vino.
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Lo rehogamos brevemente en la sartén con el mismo aceite y lo pasamos a una cazuela de barro que ponemos al fuego junto con una cucharada de buen pimentón dulce y los garbanzos (ya cocidos previamente con agua, cebolla y laurel o bien de bote).
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Rehogamos lentamente y vamos añadiendo las espinacas, limpias y troceadas. Revolvemos. Emplatar en cazuelita colocando algunas rebanaditas del pan que reservamos previamente, como adorno. Servir caliente.
- ¼ kg garbanzos ya cocidos
- 400 gr espinacas
- 1 cucharada pimentón dulce
- 1 cucharada comino en grano
- 2 rebanadas pan blanco
- Aceite de oliva
- Vinagre
- 1 guindilla
- 3 dientes ajo
- Sal